lunes, 5 de octubre de 2015

Inteligencia emocional y su importancia en la dirección

Estamos acostumbrados a relacionar la inteligencia con la capacidad de raciocinio lógico con el coeficiente intelectual que determina las habilidades para las ciencias exactas, la comprensión y la capacidad de análisis reflexivo, el razonamiento espacial, la capacidad verbal y las habilidades mecánicas. Sin embargo ya sabemos que también existe otro tipo de inteligencia, la llamada inteligencia emocional, la cuál es de suma importancia dentro del campo laboral.
El mundo laboral está cambiando, y ya no se puede hablar de una profesión única o de un trabajo en la misma empresa que dure para toda la vida. Hoy en día se habla de "empleabilidad", que es, según Enrique de Mulder, presidente de Hay Group, la capacidad de una persona de aportar valor a la organización, es decir, de contribuir a la empresa en mayor medida que la compensación de ésta a aquél; y esto ya no se consigue sólo con un coeficiente intelectual
alto, sino que también necesita desarrollarse el coeficiente emocional con cualidades:
como constancia, flexibilidad, optimismo, perseverancia, etcétera.
La importancia del manejo de las emociones estriba en que el futuro y el presente de la empresa dependen de la emoción y la pasión con que trabajen el directivo y sus colaboradores. En ese escenario, la actitud tiene un lugar preponderante, ya que está más ligada a la aptitud y a la inteligencia emocional.

La actitud y el estilo de dirigir dependerá de cómo el directivo o líder se gane el respeto,
la admiración o, por el contrario, el odio de sus colaboradores. El equipo de trabajo
reacciona bien cuando se le plantean con disciplina y respeto los objetivos y metas que se
pretenden alcanzar. En cambio, la disciplina autoritaria hace aflorar todo lo malo de la
naturaleza humana; es decir, al actuar autoritariamente, el directivo podría motivar el lado
más oscuro y negro de sus colaboradores.

Marie-France Irigoyen (2001) describe al narcisista como un individuo perverso que
presenta al menos cinco de las siguientes características:

1. El directivo tiene una idea grandiosa de su propia importancia.
2. Lo absorben fantasías de éxito ilimitado y de poder.
3. Se considera especial y único.
4. Tiene una necesidad excesiva de ser admirado.
5. Piensa que es merecedor de todo.
6. Está acostumbrado a explotar a los demás.
7. Carece de empatía.
8. A menudo envidia a los demás.
9. Tiene actitudes y comportamientos arrogantes.







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